Mi trayectoria profesional ha sido poco convencional: antes de convertirme en abogado,
dediqué gran parte de mi vida adulta al mundo del arte dramático. A los 45 años: decidí
embarcarme en una nueva vocación que despertó en mí la misma pasión que la
actuación: el Derecho. Y a los 52 años me recibí de Abogado. Crecí en un contexto sin
estado de derecho –durante la última dictadura militar- pero con padres profundamente
comprometidos con los valores de la democracia y la justicia social, quienes me
inculcaron los valores de la libertad y la responsabilidad individual. Ambos fueron
militantes radicales y funcionarios políticos del Gobierno del Dr. Raúl Alfonsín. Estas
formaciones familiares sumadas a mis propias experiencias personales me llevaron a
especializarme en Derecho Sucesorio, donde he comprobado lo que dice un viejo
axioma jurídico e inspiración de tandas obras literarias: “Se conoce a la pareja en el
divorcio, los hermanos en la herencia, los hijos en la vejez, los amigos en las
dificultades y los socios en las crisis”
Mi formación como abogado estuvo orgullosamente a cargo de la educación pública en
la Universidad de Buenos Aires. Una de las más reconocidas a nivel internacional.
El avance tecnológico en el ejercicio profesional del derecho ha sido un desafío constante.
La digitalización del sistema judicial, acelerada por la pandemia, transformó la práctica
jurídica y me llevó a capacitarme en las nuevas tecnologías además del desafío constante
de la capacitación legal, con el objeto de ofrecer un servicio más eficiente y accesible
como debe ser el acceso a la justicia en un Estado de Derecho moderno.
Mi objetivo es acompañar a cada cliente en su proceso sucesorio, garantizando sus
derechos y proporcionando un servicio jurídico de excelencia basado en la
confianza, la ética y la transparencia.